SOBRE LA TOPONIMIA DEL MONTE DE O CASTRO DE VIGO (I)

 

Para tratar este interesante tema relacionado a la denominación o nombre originario, evolución y final de nuestro Monte de O Castro, veo interesante reproducir parcialmente aquí, un documentado estudio que realizó nuestro buen amigo y polifacético investigador y humanista, José María Álvarez Blázquez y que tuvo a bien a publicarlo como prólogo en mi libro titulado “Excavaciones arqueológicas en el Castro de Vigo”, que corresponde a número 6 de las serie de publicaciones editadas por el museo municipal “Quiñones de León” de Vigo, en 1983.

Aunque la mayoría de las cuestiones que plantea en el citado estudio aún conservan una vigencia en la actualidad, como podremos apreciar, alguna ya se ha modificado, como puede ser la denominación de “Vicus Spacorum”, que una vez planteada la teoría que vincula a esa localidad en otro punto geográfico diferente, aún hoy se debate si el Vigo actual, procede al que podemos denominar “Vicus Helleni” o como otros plantean, a la conocida “Búrbida”.

Sin más, paso a copiar textualmente parte del mencionado estudio en el que se va a reflexionar sobre la toponimia dell yacimiento arqueológico por excelencia de nuestra ciudad, protagonista y testigo de la historia de Vigo, esto es, el Monte de O Castro de Vigo.

Dentro de la toponimia urbana de Vigo quizás no exista nombre más entrañable como el del Monte de Castro, o, simplemente, El Castro. Diríamos que es algo así como el centro geográfico y a la vez sentimental de la ciudad. Parece como si todos reconociésemos en esta pequeña altura que domina la urbe el asentamiento germinal, la raíz genética de nuestro ser colectivo, ciertamente, esto es así, pero el sentimiento generalizado de la población no arranca del previo conocimiento histórico de tal hecho, sino, quizás, de una oscura y como adivinada memoria ancestral.


El vigués, ya lo sea de origen, ya de adopción, tiene en El Castro el punto neurálgico de su más aguda sensibilidad ciudadana. Subir al Castro y desde allí contemplar a la redonda el conglomerado urbano en creciente expansión, con su mágico entorno de tierras y mares, constituye una especie de catarsis ennoblecedora que nadie deja de ejercitar con cierta periodicidad, como si se trata de una práctica ritual inexcusable. Y cuando queremos festejar al forastero amigo que por primera vez nos visita, elrito se realiza como algo que ya tiene connotaciones de sacralidad. Si no le acompañamos hasta la vieja fortaleza y desde los altos miradores le hacemos contemplar el diorama circundante sentitremos la sensación casi sacrílega de haberle privado de un gozo muy próximo a la visión celestial, Necesitamos observar cómo su mirada se encandila en la contemplación y renovar a su lado nuestro propio encandilamiento, De esta formado la amistad que nos liga al viajero se estrecha todavía más, por obra y gracia de la común vivencia emotiva, Cualquier vigués que lea estas palabras podrá certificar que no son producto de la pasión localista o de la fantasía literaria, más o menos propensa a la exaltación lírica Porque estas palabras responden a una realidad de profundas raíces telúricas, con todo el vigor de esas fuerzas ancestrales que atan al hombre a sus querencias más inefables y, por ende, de más saudosa raigambre poética. La prueba de lo dicho está en el hecho cierto de que, una vez aupados en la cima del Castro, apenas precisamos mi amigo forastero y yo cruzarnos una palabra. La mera y silenciosa contemplación es suficiente para colmar el gozo, y es en ese mutismo contemplativo donde se asienta la honda realidad del rito sacralizador, Como en todos los ritos, como en todas las adoraciones.

Valgan estas palabras como exordio o introdución al breve estudio que la ocasión me brinda para hacer un pequeño recorrido histórico en torno al Castro de Vigo, cuyo último capítulo queda plasmado magistralmente en las páginas del presente opúsculo. En ellas el joven e infatigable investigador José Manuel Hidalgo Cuñarro nos ofrece la última hora arqueológica de lo que han sido las primeras horas vitales de esta habitación castreña, En medio, entre aquel pasado remoto, tan vivo en sugestiones, y este presente contemplativo, emocional y lírico, hay una larga noche oscura sólo iluminada de raro en raro por episódicos fogonazos de cañones y raudos vuelos de saeta. Fueron días de tercas guerras o súbitas incursiones, que la Historia recuerda y la colectividad ha olvidado. Tampoco yo repasaré ahora aquellas páginas, porque mi objetivo es distinto.

Quiero, sencillamente, hacer un recorrido histórico por la entidad toponímica que conocemos hoy como El Castro. La primera pregunta que acucia nuestra curiosidad es la de cuál sería el primitivo nombre de este altozano que, dominando la ría, sirvió de habitat al hombre ribereño para su resguardo y defensa. Quedan pruebas evidentes de que con anterioridad a su poblamiento por las gentes de la Edad de/ Hierro otras comunidades menos conocidas se sirvieron ya de las inmejorables condiciones estratégicas del Castro. De un Paleolítico remoto, si bien indefinido cronológicamente, se han hallado útiles en las estribaciones del monte; de un Mesolítico ribereño y pescador es ya más abundante el muestrario; de un Neolítico claramente definido en su utillaje

dejando a un lado las posibles supervivencias cu/tura/es— poseemos instrumentos localizados en el propio enclave castreño. Todo ello nos indica que durante milenios el hombre se benefició, por una parte, de las abundantes riquezas naturales de la ría y los valles colindantes y, por otro lado, de las excelentes condiciones de habitabilidad, avizora y defensiva, del bastión costero.

Aquellos hombres- pre-indoeuropeos - de alguna manera habremos de llamarles - no podrían por menos de designar con una palabra distintiva al lugar de su asentamiento, aún en el supuesto de que éste fuese esporádico y y circunstancial. La toponimia de Galicia es la más rica numéricamente de toda la Península Ibérica y en ella se da el caso de que cada palmo de tierra posee su designación específica. Es así como persisten en nuestro suelo multitud de nombres de lugar de significado indescifrable, puesto que responde a lenguas arcaicas totalmente desconocidas en nuestros días. En Galicia impera la minitoponimia y ni siquiera el conocimiento pleno de las lenguas preceltas sería en muchos casos suficientes para darnos razón del étimo originario de ciertamente tos topónimos gallegos.


¿Qué podemos decir, pues, sobre el primitivo nombre del Castro de Vigo, perdido para siempre tras su romanizacon? Sencillamente que, cualquiera que haya sido su designación preexistente a la dominación romana, sólo el improbable hallazgo de un epígrafe de esta época podría darnos luz sobre el nombre indígena. Fuentes reveladoras, como numismas e inscripciones, han servido muchas veces para alcanzar ta conocimiento.

Una palabra es obvia: el nombre de Vigo es posterior al que en el pasado tuvo la población celto-romana asentada en el Castro. Dicho con otras palabras: el vicus ('barrio' o 'arrabal') no fue otra cosa que la expansión en terrenos costeros del castrum, o campamento fortificado en la cima del monte. Fue el principal núcleo de población el que dio origen, por segregación natural, tiene un nuevo asentamiento que recibe el nombre latino de vicus. La progresiva decadencia de aquél hasta su total extinción y el fulgurante crecimiento de éste, explican, pues, la nueva denominación, romanceada luego en la forma Vigo, de lo que en un principio fue la población castreña con la pérdida consiguiente de su particular nombre.

Solamente en la provincia de Pontevedra existen más de cien topónimos con idéntica denominación de "Castro": sin contar los numerosos sinónimos de Castrelos, Castreliño, Castelo, Cidade, etc. A algunos de ello va unida la específica designación epónima: Castrogudín, Castrolandín, Castovite, Castrotión, etc. Otras veces se une algún dato histórico o ambiental: Castrovello, Castro de Arriba, Castroverde.

Igualmente, el topónimo Vigo es frecuente en Galicia, aunque en grado mucho menor que Castro. En ambos casos se trata de voces latinas que nada nos aclaran respecto a los posibles nombres preexistentes, .si bien hay que decir, por lo que respeta a vicus, que esta designación supone un nuevo asentamiento que tal vez no haya suplantado a ningún nombre anterior. Por primera vez aparece documentado el nombre de nuestro Vigo en un acta de apeo destinado a determinar sus límites con el lugar de Canadelo, en fecha 9 de Agosto del 1097. Dada la vecindad geográfica de ambos lugares, no cabe duda que el Vigo inicial se hallaba en términos del Arenal. Este era una gran pla que se extendía desde la actual Alameda hasta Guixar.

La autoridad del P. Flórez concuerda plenamente con los datos aportados por la arqueologóia por la arqueología. Dice así el sabio agustino: “El sitio primitivo de esta Villa fue donde hoy Santiago de Vigo, a la parte Oriental, los contratiempos de siglos, temblores de tierra, y avenidas de aguas tempestuosas, la fueron despoblando. Pasose a la falda cercana del monte Feroso, empezando la gente de mar a labrar allí casas por el sitio Ladeyra, llamado hoy "Fuente de Vigo". …….

Resultando evidente que el arrabal nacido del Castro está situado en el área marítimo-terrestre del Arenal ha habido lugar para asignar el comienzo real de la población de Vigo.

Nota.- Ilustra este comentario, una fotografía de la portada del citado libro en que se publicó el prólogo de José María Álvarez Blazquez, al que hacemos referencia.



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